Estaba en el micro escuchando desde mi reproductor (nueva palabra sofisticada para referirme a mi mp3 y añadirle elegancia a este) El mismo dolor y por supuesto, como siempre, apliqué a mi tan ávida manía de sentarme junto a una ventana y abrirla a pesar de que sea invierno (aunque la verdad eso lo hace mucho más placentero) y tan sólo mirar la calle a ver con qué me encuentro. Para mi suerte tuve un hallazgo muy interesante: una mujer sentada en un paradero, moviéndose hacia adelante y hacia atrás y al parecer cantaba en voz muy baja. Tenía puesto un camisón blanco con bolsillos negros, cola de caballo de cabellos negros y plomizos muy despeinados, una boca con algunos dientes, un faldón azul oscuro y una locura muy obvia que se reflejaba en su comportamiento y en sus ojos. No paraba de balancearse y de mirar hacia algún lugar que estoy segura es desconocido por todos, hasta por mí. Toda persona que pasaba por ahí miraba a esa mujer con antipatía, rechazo e incomodidad. Nadie se le acercaba, y todos se aseguraban de que no se note que por unos segundos ellos desviaban la mirada hacia el delgado cuerpo de la cantante loca de la cual todos se alejaban. ¿Por qué se apartaban? Ella me parecía muy interesante y además, ¿quién soy yo para discriminar a un lunático?, nadie ha probado aún que no lo soy.
Dos minutos después el semáforo cambió a verde y mi transporte arrancó velozmente, dejando a esa peculiar mujer enloquecida atrás. Si alguien más en ese momento hubiese tenido mis ojos, habría visto las grandes alas que le dibujé y cómo cada uno de sus movimientos concordaban con la música en mis oídos. Quizás sí estoy un poco enloquecida después de todo.
Inimaginables cosas encuentras en esta ciudad.